jueves, 12 de abril de 2018

Un pívot llamado Cervantes

Entre las pocas cosas que, a pie de calle, ha agitado el intrascendente aniversario cisneriano en Alcalá ha estado la estatuaria pública,  asunto siempre controvertido en esta ciudad.

En 2029 se conmemorará el 150 aniversario de la estatua de Cervantes de la plaza.
Así, se ha rescatado del olvido la estatua en piedra del cardenal que esculpió José Vilches en 1864, escondida a lo largo de más de una década primero en un taller de la comarca y después en el patio de las Juanas para rehabilitarla y preservarla del azote de los los vándalos. Al parecer, la escultura fue sometida a una primera restauración que resultó fallida (cuentan que la prominente nariz del de Torrelaguna se llevó la peor parte) y tras una reforma mucho más cuidadosa, ahora se puede admirar en el patio de Filósofos de la Cisneriana.

Y el Obispado, por su parte, ha aprovechado el aniversario para dedicarle otra estatua al cardenal en la lonja de la Magistral, formando un inopinado conjunto con los Santos Niños. El autor de la pieza es Pedro Requejo, el mismo de la pareja de don Quijote y Sancho a la entrada de la Casa Natal de Cervantes, la más solicitada por los turistas a la hora de llevarse una foto de recuerdo de su paso por la vieja Compluto. Puede que a la Diócesis también le haya animado el mismo interés terrenal por explotar el tirón turístico y fervoroso colocando a este trío de celebridades locales en la entrada principal de la Catedral. Quién sabe.

Pero a la hora de hablar de estatuas históricas, es imprescindible poner siempre por delante la de Miguel de Cervantes, presidiendo la plaza mayor de la ciudad. Y no solo porque está dedicada al alcalaíno más universal, sino porque seguramente sea la mejor de cuantas adornan el paisaje urbano alcalaíno. Además, en pocos años se celebrará su 150 aniversario, siglo y medio de vicisitudes que no han hecho mella milagrosamente en su estampa románticamente becqueriana.

Hay que contar, eso sí, que la estatua de Cervantes renació a finales de 2007 tras una delicada restauración que eliminó las huellas de lustros de polvo, lluvia, excrementos de aves e insectos y también de la barbarie vandálica, cebada especialmente con su pluma, que desde entonces guarda un recuerdo secreto.

Cuando las restauradoras encargadas de remozar la efigie, Pilar Sendra y Laura Riesco, subieron a los andamios y se encontraron cara a cara con Cervantes, sintieron un estremecimiento. La estatua del autor del Quijote, un pivot de 2,09 metros, 750 kilos y casi 130 años, era mucho más hermosa que vista desde el suelo, con un modelado y un detallismo sobrecogedores.

Y lo más conmovedor era que la belleza de la obra del maestro iltaliano Carlo Nicoli resultaba patente a pesar de las costras, manchas, escorrentías y óxidos que habían otorgado a la escultura una pátina verdosa y un aspecto de grosero descuido. Y como broche a ese maltrato y a esa pinta deforme estaba la pluma de su mano derecha, una reposición burda -el chiste entonces era que don Miguel agarraba un frigopié más que sujetaba una pluma-, casi un insulto para la estatua y para el personaje.

Corresponsales de prensa extranjera, fotografiados a los pies de la estatua de Cervantes en plena Guerra Civil.
Un gran cubo con telones ocultó la peana y la figura de Cervantes durante casi seis meses, tiempo en el que se desarrollaron las labores de restauración que financió la Consejería de Cultura. El objetivo era quitar la suciedad y recuperar las pátinas naturales. Pero durante la intervención se realizaron varios hallazgos. Como los tres orificios localizados en distintas partes de la estatua; a saber, la cabeza, la gola y el muslo izquierdo, que quizá fueron practicados y usados para transportar y elevar la pieza.

También se dejaron a la vista en la base circular de bronce que la sujeta dos leyendas: Carlo Nicoli Florencia MDCCCLXXIX y Fratelli Galli fusero in Firence, que corresponden respectivamente al nombre del escultor, su procedencia y el año de la colocación de la estatua, 1879 -en concreto, fue inaugurada el 9 de octubre de ese año, después de que el Ayuntamiento descartara otro modelo en el que don Miguel aparecía recostado en un sillón-, y los artesanos florentinos que recibieron el encargo de de fundirla.

Además, se toparon con la torpe colocación de la pluma falsa en la mano, una desafortunada copia de la original, repuesta una y otra vez a consecuencia de los continuos robos, pero ésta además atornillada al pulgar con pernos de hierro, lo que había provocado que literalmente chorreara el óxido. A tal fin se moldeó una nueva pluma con una resina especial, más acorde a la estética y el estilo de la escultura, y se adhirió a la mano a través de una espiga de la misma resina con fibra de vidrio en el cálamo de la pluma original, que aún se conservaba entre los dedos del escritor.

Y para que no hubiera duda del respeto reverencial de los restauradores a un atributo tan simbólico, en el reverso de la pieza se añadió una pequeña inscripción para conocimiento de las generaciones futuras: “Reintegración subjetiva 2007”.

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