jueves, 19 de enero de 2017

El Museo de la Ciudad en la Ciudad del Museo

El activo, tenaz e imprescindible Grupo en Defensa del Patrimonio Complutense ha impulsado una campaña de recogida de firmas con vistas a levantar un Museo de la Ciudad en el ruinoso edificio de La Galera. Los dos pájaros que se tratan de matar con el mismo tiro son viejos y en cierto modo indispensables.

Aspecto del edificio de La Galera, en una fotografía obra de David Garrido Cobo desde el vecino Archivo General de la Administración
En el caso del desvencijado caserón, hasta no hace demasiado aún lucía en la entrada de su fachada de película de terror un desteñido cartel que anunciaba la construcción de una residencia universitaria. En su estado casi terminal, cualquier uso que lo salve será bienvenido. En cuanto al museo, ha sido adorno de casi todos los programas electorales de los partidos desde la llegada de la democracia. Una promesa incumplida, empeorada a su vez por la materialización de otros proyectos museísticos -y otros que no pero que aún rondan como fantasmas-, que han formado una extraña y disparatada maraña hasta convertirse en un tapón.

De la idoneidad de dedicarle un museo a más de veinte siglos de historia nadie puede dudar. Ya quisieran muchas urbes disponer de la privilegiada mina que representa la secuencia cronólogica de las huellas prehistóricas de los cerros y las riberas del río y la divina Compluto, la refundación mítica a lo Rómulo y Remo a partir del martirio de los Santos Niños, la villa visigoda y el castillo árabe sobre el río, el solar de las tres religiones y el barrio universitario con traza renacentista, la 'Pequeña Roma', el teatro y los maestros del Siglo de Oro, la decadencia tras el cierre de la Universidad y la ciudad cuartel, la guerra civil y la resurrección urbana y cultural; además de los universos aparte que representan Cisneros, Cervantes y Azaña.

El Museo de Arte Iberoamericano de la Universidad de Alcalá, el último museo inaugurado en la ciudad.
Por no hablar del juego que dan el acervo de antiquísimas tradiciones populares, el pasado ganadero y agrícola ligado a una geografía marcado por los cruces de caminos y la feraz vega del Henares, el patrimonio industrial o los estrechos vínculos con los albores de dos grandes avances de la modernidad en nuestro país: el ferrocarril y la aviación.

Sin concretarse nunca el proyecto y los contenidos, el Museo de la Ciudad  ha llegado a contar en los últimos años incluso con dos propuestas de emplazamiento: el hospital de San Lucas y los Cuarteles. Y por ahí bien se puede acceder a este raro laberinto de los museos alcalaínos.

Al viejo hospital, también conocido como palacio de los Casado, cerrado a cal y canto y pendiente de una restauración definitiva, se le han asignado otros usos museísticos desde que fue adquirido por el Ayuntamiento en tiempos del alcalde Peinado. Fue propuesto también, por ejemplo, para acoger un Museo de la Lengua cuando aún estaba caliente la declaración de Patrimonio de la Humanidad.Y más recientemente -o no tanto, pues el convenio se firmó hace siete años- para acoger el Museo de los Madrazo, después de que la Comunidad de Madrid le cediera al Ayuntamiento una colección de pinturas del siglo XIX pertenecientes a esta célebre estirpe de artistas.

Este Museo Madrazo es uno de esos proyectos espectrales que de vez en cuando asoman, si bien cada vez menos. Como también sucede en el espacio museístico de los antiguos Cuarteles, donde el Museo de la Ciudad compitió con otras ideas, como la de un Museo de la Brigada Paracaidista, aunque el exalcalde Bello se empeñó en colocarlo hace ahora dos años en unos locales municipales vecinos de la Casa de la Entrevista; o en tiempos un Museo Thyssen 'B', con obras secundarias de la famosísima pinacoteca, que incluso motivó una visita de la baronesa pero que no llegó a cuajar por razones nunca bien aclaradas. Sea como fuere, la Universidad ha zanjado la cuestión inaugurando el pasado otoño en los salones consagrados a este menester, dentro de la crujía de su gran biblioteca, un Museo de Arte Iberoamericano.

Aspecto del Centro de Interpretación Burgo de Santiuste, en la calle Cardenal Sandoval y Rojas.
Pero para fantasmas, el de Museo José Caballero. La colección de pintura y otras pertenencias que este pintor onubense amigo de los literatos de la Generación del 27 y de las Vanguardias quiso dejar a Alcalá, de la que fue vecino en los últimos años de su vida, dio lugar a un proyecto de museo y fundación que fue dando tumbos durante lustros. En su nombre incluso se materializó lo más difícil y costoso: la restauración y adecuación del antiguo Hospital de Santa María la Rica. Pero ni por esas el museo salió adelante, al parecer por desacuerdos con la viuda del artista, aunque al menos el edificio disfruta de una intensa actividad pública como el principal centro municipal de cultura. Eso sí, a la hora de hablar de arte contemporáneo en Alcalá, hay que citar siempre el museo más público y más desconocido a su vez: el de esculturas al aire libre en la Vía Complutense. Inaugurada en el verano de 1993 con la ínfula de llegar a ser el más grande de Europa, hoy es una entrañable extravagancia amenazada permanentemente por los vándalos.

Para terminar con las fantasmagorías, es inevitable mencionar a Manuel Azaña, de cuya fatigosa reivindicación forma parte la idea de dedicarle un museo. Y para su ubicación se barajaron lugares como su propia casa natal, el edificio municipal de los Capuchinos en la calle Santiago, la Casa de los Lizana o incluso el viejo cuartel de Sementales. También tiene pendiente Cisneros un espacio propio, aunque oficialmente ya cuenta con él en el viejo Hotel Laredo. Acaso en este año de centenario se pongan las bases para consagrarle el santuario divulgativo que se merece. Más difícil es verle un final cercano al Museo de la Moto, un proyecto alumbrado a raíz de la colaboración de un coleccionista privado, con la idea de ubicarlo en el histórico edificio de la vieja factoría Gal -donde casualmente existió durante años un coqueto Museo del Perfume-, pero del que no hay noticias ni tampoco se esperan. Y eso que cuenta con su propia web donde consultar todos los detalles.

En este laberinto también están enredados los museos más grandes y exitosos de la ciudad. El Museo Arqueológico Regional, uno de los más hermosos y pujantes en su género dentro de nuestro país, está pendiente de la ampliación a la vieja Comisaría. Pero al mismo tiempo está en proyecto la titulada Casa del Arqueólogo en las ruinas del antiguo Palacio Arzobispal, así como un parque arqueológico en la vieja Complutum que algún año de este siglo habrá de despegar. Y como satélites rondan el Antiquarium de la muralla, el Centro de Interpretación Burgo de Santiuste y el museo diocesano en el claustro de la Catedral.

El Museo Casa Natal de Cervantes sigue siendo el más visitado de Alcalá y uno de los más solicitados de la Comunidad de Madrid.
Y en cuanto al Museo Casa Natal de Cervantes, cuyo sesenta aniversario se celebró el pasado otoño, disfrutando de una salud envidiable, cuenta desde hace una década con la 'competencia' del Centro de Interpretación 'Los Universos de Cervantes' en la Capilla del Oidor. Nunca se justificó con claridad por qué se sacrificó una de las salas de exposiciones con más encanto de la Comunidad de Madrid para colocar este Museo Cervantes 'B'. Ni tampoco lo ha justificado la altura y calidad de las exposiciones y eventos que ha cobijado desde entonces. Ni siquiera se ha utilizado el pasado 'Año Cervantes' para relanzar esta sala. Aunque el actual alcalde siempre dice que esta conmemoración dura hasta abril de este año, de modo que todavía podríamos llevarnos una sorpresa.

La cuestión, en fin, es que unas veces la necesidad, muchas otras el oportunismo interesado y siempre la ausencia de planificación, con consenso institucional y político, criterio especialista y buen gusto, han provocado este caótico panorama. Y se da así la paradoja, o más exactamente la parajoda, de que cuesta horrores encontrarle acomodo al que sería un útil y espléndido Museo de la Ciudad en esta verdadera Ciudad del Museo.

martes, 10 de enero de 2017

Azaña, el hombre con sombra

Manuel Azaña Díaz, el político y escritor alcalaíno que llegó a presidente de la Segunda República, cumple 137 años este 10 de enero, un aniversario que pasará tan desapercibido como siempre en su ciudad y en el resto del país, salvando felices excepciones, como el puntual y elocuente homenaje que el editor y erudito literario Vicente Alberto Serrano le suele dedicar. Su vida, su pensamiento y su obra, sin embargo, no dejan de despertar interés; especialmente tras la publicación de sus segundas y definitivas Obras Completas hace ya casi una década, al cuidado del historiador Santos Juliá, que permitieron saber más de una personalidad tan lúcida como desolada.

Manuel Azaña, de niño (extraída de 'Azaña, memoria gráfica. 1880-1940)
 Como cuando una sirvienta despertó al niño Manuel Azaña una madrugada. Tenía 9 años. Le espabiló a duras penas y le condujo por pasillos y escaleras del caserón familiar de la calle de la Imagen, hasta el dormitorio de su madre, Josefa, que agonizaba. Ella le abrió los brazos y el niño se abalanzó y se sumergió entre ellos como "en un mar de amargura". "Algo se rompió en mí que ya no nacerá jamás". Con estas palabras pero con otra identidad describió muchos años después el adulto Azaña la muerte de su madre. Fue en La vocación de Jerónimo Garcés, una novela de corte autobiográfico escrita en 1904 e incorporada a las citadas Obras Completas, que junto a otros documentos han permitido perfilar una imagen del estadista alcalaíno "que no tiene nada que ver con el estereotipo de hombre frío e insensible que siempre le persiguió", contó en su momento Juliá, subrayando además la importancia del lance traumático del temprano fallecimiento de su madre, que explica en buena medida "la tristeza que siempre le acompañó, así como la pena, la sensación de pérdida que siempre le asaltó cuando regresó a Alcalá".

La infancia de Azaña, que estudió junto a sus hermanos Gregorio, Carlos, Josefina y Concepción en el colegio de los Padres Escolapios, fue feliz y despreocupada, como hijo de buena familia que era, precisamente hasta la edad de 9 años. En 1889 se desató la calamidad al morir no solo su madre, sino también su abuelo. Y un año después la orfandad se completó con la muerte del padre, el célebre Esteban Azaña.

Arrastrando esa pesada sombra inició en 1893 un periplo de estudios por El Escorial, Zaragoza y Madrid que se orientaron a las leyes, doctorándose en 1900. Alternó algunas estancias en Alcalá, intentando sin mucho éxito dedicarse a los negocios familiares. Más fructífera fue su labor como periodista, participando en diversos periódicos locales y fundando con unos amigos, en 1910, la revista satírica La Avispa. Los inicios de su compromiso político también tuvieron como escenario su patria chica: el 4 de febrero de 1911 leyó en la Casa del Pueblo socialista la conferencia El problema español. Curiosamente, todas esas experiencias no hicieron más que alejarle de sus paisanos, que consideraban exagerada e inoportuna la acidez de sus críticas sociales y políticas.

En 1913 Azaña fue elegido secretario del Ateneo de Madrid e ingresó en el Partido Reformista, empezando así su relación con los cenáculos de la intelectualidad española. Él mismo se encargó de presentar su partido en Alcalá con un discurso que rescató Santos Juliá para las Obras Completas. En él se plama, según las palabras del historiador, "el proyecto de un liberal reformista y la quintaesencia de su pensamiento político", así como una defensa de la conquista democrática del poder sin revoluciones para "reformar a fondo no el gobierno sino la sociedad entera". Por último, el discurso incorpora un mensaje de Azaña a sus paisanos animándoles "a hacer política, algo que no estaba bien visto por entonces".

Bajo la dictadura de Primo de Rivera, abandonó el Partido Reformista y se declaró partidario de la república, fundando así el partido Acción Republicana en 1925. Paralelamente se consagró como autoridad literaria con la publicación de obras como El jardín de los frailes o Vida de Juan Valera, con la que conquistó el Premio Nacional de Literatura en 1926.

En 1930 accedió a la presidencia del Ateneo y se sumó al Pacto de San Sebastián contra la Monarquía. Al proclamarse la República el 14 de abril de 1931, Azaña entró a formar parte del gobierno provisional como ministro de Guerra. Intervino en las Cortes Constituyentes y asumió la presidencia del Consejo de Ministros cuando Alcalá Zamora dejó el gabinete. Como jefe de un gobierno formado por socialistas y republicanos de izquierdas, entre 1931 y 1933, impulso un ambicioso plan de reformas que no convenció a nadie: los conservadores lo consideraron excesivo y las fuerza de izquierdas insuficiente.

Azaña con su mujer, Dolores de Rivas, a finales de los años 20 (archivo familiar).

En 1934 fusionó su partido con los radicales, naciendo Izquierda Republicana, que a su vez se integró en el Frente Popular que ganó las elecciones del 36. El 10 de mayo fue elegido presidente de la República y dos meses después estalló la Guerra Civil. Tras varios intentos infructuosos de parar la contienda, el 30 de enero de 1939 se acordó su salida a Francia. El 5 de febrero cruzó la raya francesa.

Un año más tarde, en febrero de 1940, se le declaró una enfermedad de corazón y tras pequeñas estancias en diversas localidades, y con el acoso de la Gestapo y de agentes enviados por Franco en la Francia ocupada por los nazis, Azaña y su mujer, Dolores de Rivas Cheriff, quedaron recluidos y aislados en el pequeño municipio de Montauban. Allí murió y fue enterrado entre un grupo reducido de amigos y familiares y con el único amparo institucional de la embajada de México. El próximo 3 de noviembre se cumplirán 77 años.

Cuesta creer que en aquella hora fatal el anciano que fue niño en la calle de la Imagen echara de menos el "sol de la infancia" al que regresó antes de su último suspiro su compañero de exilio Antonio Machado. "El pueblecito me parece más triste, más pobre, abandonado como nunca lo estuvo...", dejó escrito en su diario tras su última visita a Alcalá en noviembre de 1937, ante la sombría visión de los edificios bombardeados, los soldados desfilando por las calles principales y atravesado por la mirada del paisanaje. Entonces la masa le consideraba un indeseable. Hoy es un extraño de puro desconocido.